Diferencias con otras formas de asesoramiento
Que la filosofía puede tener una aplicación terapéutica es bien sabido por los numerosos psiquiatras,psicólogos y psicoterapeutas que han acudido a ella, desde el mismo nacimiento de sus respectivas disciplinas y tratamientos, en busca de inspiración para su actividad; nada extraño, por otra parte, si tenemos en cuenta que la misma psicología fue en su momento, antes de convertirse en una ciencia autónoma a fines del siglo XIX, una rama de la filosofía. Son muchos los especialistas en el psiquismo humano que han comprendido que las “recetas” y las “técnicas” no funcionan a largo plazo y que sólo el conocimiento profundo de uno mismo, arraigado en el conocimiento de nuestro lugar en el cosmos, es decir, la filosofía, puede ser fuente de plenitud y de una verdadera y permanente transformación. Lo que diferencia al asesoramiento filosófico de otros posibles usos terapéuticos de la filosofía es que su aproximación, como su propio nombre indica, es específicamente filosófica; en otras palabras, no acude a modelos ni a métodos psicológicos, clínicos o médicos (tampoco a otros modelos no específicamente filosóficos, como, por ejemplo, los religiosos o teológicos). Por eso, aunque es una forma de ayuda mental y de asesoramiento, no se presenta directamente como un tratamiento curativo ni tiene carácter de terapia, en el sentido literal del término –por más que quepa calificarla de terapia o de tratamiento curativo en un sentido analógico, como de hecho hacían algunos filósofos de la antigüedad al referirse a laactividad filosófica, y por más que un efecto indirecto de la misma pueda ser la sanación de problemas psicológicos-
El reconocimiento del poder transformador de la reflexión filosófica es la base del asesoramiento filosófico, pero este reconocimiento no implica que el asesoramiento filosófico se conciba como un mero instrumento terapéutico; esto último supondría banalizar la filosofía, que sólo es genuina y fuente de comprensión y de transformación profundas precisamente cuando se constituye como un fin en sí misma.
El asesoramiento filosófico no acude a modelos psicológicos, clínicos ni médicos, es decir, las situaciones que en él se plantean no son vistas bajo la clave de patologías clínicas o de disfunciones psicológicas. Esto no significa que esta perspectiva sea negada o no considerada por los consultores; es considerada de forma indirecta en la medida en que esta forma de asesoramiento se presenta expresamente como orientada a la clarificación o resolución de situaciones de naturaleza no-patológica.
La ausencia de esta perspectiva en el contexto del asesoramiento filosófico significa que las situaciones
planteadas al asesor no son interpretadas por éste en términos de salud o enfermedad psíquicas, sino como crisis, conflictos y reajustes naturales dentro del movimiento global de cada individuo, considerado en su radical idiosincrasia, hacia su completa realización; como las necesarias adaptaciones que cada cual, en función de su particular nivel de comprensión, ha realizado y realiza con miras a una vida lo más satisfactoria posible.
La psiquiatría y muchas vertientes de la psicología y de la psicoterapia introducen perspectivas concretas y especializadas que permiten clasificar a cada paciente como un caso particular de una regla general desde una perspectiva médica o psicogénica. El asesoramiento filosófico, en cambio, busca enfrentarse al individuo asesorado en su total unicidad y más allá de toda referencia previa (normalanormal, sano-enfermo, etc.). El filósofo-asesor establece con quien acude a él una relación dialogante, horizontal, no jerárquica cuya finalidad es la de favorecer que cada individuo llegue a ser, no de una determinada manera –lo que determinan ciertos estándares de salud o “normalidad”–, sino sencilla y plenamente sí mismo. “Cuida ante todo de ser siempre igual a ti mismo”, recomendaba Séneca. Desde esta perspectiva, la tarea del consultor no puede ser otra que la de actuar a modo de espejo, ayudando al consultante mediante las preguntas y sugerencias adecuadas en su proceso de auto-descubrimiento; utilizando una imagen de Sócrates, le compete proceder a modo de “partera”, teniendo en cuenta en todo momento que es el asesorado –aunque éste no tenga aún conciencia de ello– el único depositario de su propia verdad vital, quien tiene, en último término, las claves de su vida y de su destino.